¿Cansado de que no te devuelvan los libros?
Ahora podrás condenar a esos malvados robalibros al infierno.
Si ahora resulta bastante molesto que no te devuelvan un libro que has prestado, imagina el monumental cabreo que se podían coger en plena Edad Media, cuando los libros eran bienes de lujo, objetos únicos y casi irreemplazables. No es de extrañar hace mil años se pusieran ciertas advertencias, amenazas e incluso maldiciones para evitar que algún amigo de lo ajeno se llevara a casa el libro que no debía. Si estás harto de que los amigos que vienen a casa siempre se lleven algo y luego nunca te lo devuelvan, quizás deberías ir tomando notas para condenarlos al fuego purificador del infierno.
Lo normal en la época era añadir estas maldiciones al principio o al final de los libros, dejando claros los terribles sufrimientos que iban a acompañar a los que se atrevieran no sólo a robar el libro, sino también dañarlo. Las amenazas más comunes eran las de excomunión, claro, el castigo eclesiástico por naturaleza.
Roba este libro y serás hendido por una espada demoníaca, forzado a sacrificar tus manos, tus ojos arrancados para luego acabar en los fuegos y pozos del infierno.
Hoy en día no asusta mucho, pero hay que tener en cuenta que en la Edad Media la mayor parte de la gente se tomaba estas advertencias muy en serio. Incluso siglos más tarde, las maldiciones se siguieron usando, como la que guarda los huesos de William Shakespeare:
Buen amigo en el amor de Jesús, aquel que limpie el polvo aquí acumulado. Bendito sea aquel que repare estas piedras, y maldito sea el que mueva mis huesos.
Pero lo cierto es que como quedan bien las maldiciones es en latín. Aquí está el ejemplo de una maldición de anatema y excomunión, que puedes añadir al principio de tus libros, como un ex-libris.
Si quis furetur
Anathematis ense necetur.
(Que la espada del anatema caiga
Si alguien roba este libro)
Aunque las amenazas podían ir acompañadas de un aderezo más… interesante:
Si alguien roba este libro, haz que muera; haz que sea frito en una sartén; haz que caiga sobre él la enfermedad y que la fiebre lo persiga; haz que sea roto en la rueda, y ahorcado. Amén.
Pero para los más rebuscados, esta maldición es mi favorita:
Para aquel que robe o se lleve este libro y no lo devuelva a su dueño, que se le transforme en una serpiente en sus manos y que le muerda. Que quede paralizado y todos sus miembros rotos. Que agonice con dolor rogando por clemencia, y que su agonía no cese hasta que muera. Que los gusanos de los libros devoren sus entrañas como símbolo del Gran Gusano que Nunca Muere, y que cuando haya llegado la hora de su castigo final, que las llamas del Infierno le consuman para siempre.
¿Qué os parece? ¡Como para no devolverle un libro! ¿Vais a empezar con vuestras propias maldiciones? Os esperamos, como siempre, en los comentarios.
Ahora podrás condenar a esos malvados robalibros al infierno.
Si ahora resulta bastante molesto que no te devuelvan un libro que has prestado, imagina el monumental cabreo que se podían coger en plena Edad Media, cuando los libros eran bienes de lujo, objetos únicos y casi irreemplazables. No es de extrañar hace mil años se pusieran ciertas advertencias, amenazas e incluso maldiciones para evitar que algún amigo de lo ajeno se llevara a casa el libro que no debía. Si estás harto de que los amigos que vienen a casa siempre se lleven algo y luego nunca te lo devuelvan, quizás deberías ir tomando notas para condenarlos al fuego purificador del infierno.
Lo normal en la época era añadir estas maldiciones al principio o al final de los libros, dejando claros los terribles sufrimientos que iban a acompañar a los que se atrevieran no sólo a robar el libro, sino también dañarlo. Las amenazas más comunes eran las de excomunión, claro, el castigo eclesiástico por naturaleza.
Roba este libro y serás hendido por una espada demoníaca, forzado a sacrificar tus manos, tus ojos arrancados para luego acabar en los fuegos y pozos del infierno.
Hoy en día no asusta mucho, pero hay que tener en cuenta que en la Edad Media la mayor parte de la gente se tomaba estas advertencias muy en serio. Incluso siglos más tarde, las maldiciones se siguieron usando, como la que guarda los huesos de William Shakespeare:
Buen amigo en el amor de Jesús, aquel que limpie el polvo aquí acumulado. Bendito sea aquel que repare estas piedras, y maldito sea el que mueva mis huesos.
Pero lo cierto es que como quedan bien las maldiciones es en latín. Aquí está el ejemplo de una maldición de anatema y excomunión, que puedes añadir al principio de tus libros, como un ex-libris.
Si quis furetur
Anathematis ense necetur.
(Que la espada del anatema caiga
Si alguien roba este libro)
Aunque las amenazas podían ir acompañadas de un aderezo más… interesante:
Si alguien roba este libro, haz que muera; haz que sea frito en una sartén; haz que caiga sobre él la enfermedad y que la fiebre lo persiga; haz que sea roto en la rueda, y ahorcado. Amén.
Pero para los más rebuscados, esta maldición es mi favorita:
Para aquel que robe o se lleve este libro y no lo devuelva a su dueño, que se le transforme en una serpiente en sus manos y que le muerda. Que quede paralizado y todos sus miembros rotos. Que agonice con dolor rogando por clemencia, y que su agonía no cese hasta que muera. Que los gusanos de los libros devoren sus entrañas como símbolo del Gran Gusano que Nunca Muere, y que cuando haya llegado la hora de su castigo final, que las llamas del Infierno le consuman para siempre.
¿Qué os parece? ¡Como para no devolverle un libro! ¿Vais a empezar con vuestras propias maldiciones? Os esperamos, como siempre, en los comentarios.
Vía: Atlas Obscura
Fuente: Lecturalia
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