
Quizás fueron esas
lecturas lo que hicieron que empezara a leer “El cuento número trece” con el
pie izquierdo, porque me costó mucho agarrarle el ritmo. Tuve que releer
ciertos párrafos no para entenderlos, sino para tomarles el pulso y saber cuál
era el tono que la autora utilizaba. Al terminar “Ofrenda a la tormenta”, una
lectura tan trepidante que me tenía los sentidos acelerados y atrapada en
sentimientos encontrados por su misterio e intensidad, la lectura de “El cuento
número trece” me pareció lenta y poco atrayente. De esto aprendí que es
necesario hacer una pausa entre libros. Despejar la mente un poco antes de
empezar otra novela. Pero no desistí, continué, porque si bien es cierto que no
había hecho una promesa a mi amiga, si me sentí en la obligación de contarle el
final ya que ella con tanto entusiasmo me había recomendado el libro. Una vez
superado los tropiezos iniciales, la historia logró cautivarme y pude compartir
con mi amiga el final y muchas otras impresiones.